Como aquella pequeña aldea de irreductibles galos “que resiste todavía y siempre al invasor”, en el árido Nordeste brasileño, una modesta especie de insectos sobrevive mientras muchas otras sucumben al calor y a la sequía: las abejas.
Los agricultores de la región perdieron la cuenta de cuántas reses han muerto en los últimos cinco años por la falta de agua. Pero las mil colmenas, con entre 60 mil y 120 mil abejas -nativas y africanas- a cargo de la Asociación de Apicultores de Carnaíba siguen produciendo.
El Nordeste de Brasil es una región extremadamente sensible al cambio climático, un fenómeno que tiende a intensificar la sequía y el calor recurrentes en la zona. Y los insectos polinizadores, a su vez, dan muestra de cómo está cambiando el clima del planeta.
«Las abejas van a sufrir con las altas temperaturas. También a causa del calor, las flores en algunas partes del mundo se están abriendo en diferentes momentos y los insectos no están ahí para polinizar», explica Nadine Azzu, coordinadora de proyectos de la agencia de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y coautora de un reciente estudio sobre la importancia de las abejas en el rendimiento de los cultivos.
El informe concluye que es cada vez más importante encontrar maneras de mantener a las abejas activas todo el año. Principalmente porque de los 100 cultivos que proporcionan el 90% de los alimentos en el mundo, 71 son polinizadas por esos insectos, según la FAO.
Los apicultores de Carnaíba han encontrado su propio camino. Tratan de preservar y multiplicar las plantas de la región, enseñar a los demás agricultores a convivir con las abejas y aprender incluso de los depredadores naturales de los insectos.
«El hombre no crea la abeja, es ella la que crea al hombre. Nos ayuda a mantenernos incluso cuando morimos, pues nos da la cera», dice Luiz Alves Siqueira, presidente de la asociación de apicultores. «Por más crítico que sea el año, jamás dejamos de producir», añade.
Si no hay suficiente comida, él y sus colegas cuelgan recipientes en los árboles con una mezcla de miel y agua potable.
“Cuando uno se torna apicultor, también se convierte en ecologista porque necesita mantener el entorno natural y mejorarlo aún más», dice Luiz.
En Carnaíba, la producción varía cada año – fueron 9 toneladas de miel en 2014, 8,5 toneladas en 2015 -, pero el resultado es siempre una miel muy sabrosa. Los apicultores también fabrican productos como propóleos, cera (utilizada en los cosméticos y la industria automotriz) y una especie de caviar a base de miel y especias.
La calidad de la producción y la organización de los apicultores llamaron la atención de instituciones como el gobierno de Pernambuco y el Banco Mundial, que llevan adelante el programa Prorural. A través de esta iniciativa, que beneficia a 4.000 familias en todo el estado de Pernambuco, los apicultores pudieron comprar equipos para modernizar la producción.
Gracias a esto, ya pueden vender miel y sus derivados dentro del estado y en el resto del país. «Quizá podremos exportar algún día», pronostica Luiz.