Iglesia de Gesu continúa su obra social en Miami contra viento y marea

MIAMI.- Dentro de todas las actividades de la Iglesia católica, una de las más reconocidas es la obra social de la asistencia pública, y no hay mejor fecha que estos días de recogimiento y resurrección para subrayar las funciones de la Parroquia de la Iglesia de Gesu, la más antigua del Gran Miami, que fue fundada hace 120 años y cuyo templo forma parte del muy exclusivo Registro Nacional de Lugares Históricos. 

“La parroquia fue creada incluso antes de la fundación de Miami como municipio en 1896. Y eso es muy importante porque no contamos con muchos lugares históricos y lo poco que tenemos tiene que ser protegido”, señaló el padre Eduardo J. Álvarez, párroco de la jurisdicción desde el 2004.

De hecho, el padre Álvarez toma muy en serio el valor histórico de la parroquia que dirige y las funciones sociales que debe asumir, y procura atender las necesidades de los feligreses, en la medida de lo posible, en este templo católico situado en la intersección de la avenida 1 y la calle 2 del noreste, en downtown Miami.

“En 1972 la Iglesia de Gesu asumió la responsabilidad de proveer alimentos a personas necesitadas de la tercera edad y desde entonces no hemos parado de hacerlo, aunque haya sido difícil reunir el dinero para pagar los gastos”, señaló el párroco.

El comedor está ubicado en un amplio el salón, en la planta inferior del templo, que abre sus puertas a las 9:30 am para ofrecer un pequeño desayuno y un lugar donde conversar, o incluso hacer compras en una pequeña tienda de artículos donados, que son ofrecidos a precios simbólicos, que oscilan entre 50 centavos y un dólar, y sirven para recaudar algún fondo adicional.

Tres horas después, a las 12:30 p.m., de lunes a viernes, el almuerzo es servido a cerca de un centenar de personas, que acuden al Gesu, como comúnmente le llaman, desde las inmediaciones del downtown o lugares tan distantes como Kendall, Westchester y Hialeah.

“El gasto asciende a unos 3.000 dólares al mes, que podemos pagar gracias a las contribuciones de los feligreses y otras pequeñas ayudas que recibimos”, explicó el padre Álvarez.

En realidad, la cifra de comensales creció tras los cortes al presupuesto condal que atiende los comedores de la tercera edad.

“Aquí atendemos a personas que el dinero de la jubilación no les alcanza para vivir y comer. No les llega al fin de mes y vienen a la iglesia a comer para ahorrar el gasto de comprar alimentos en el supermercado”, añadió.

Vivencia

Luisa, que tiene 70 años de edad y no tiene familia cercana en Miami, vive en la barriada de La Pequeña Habana, a unas 20 cuadras de la Iglesia de Gesu, adonde acude cada mediodía en autobús para almorzar y así guardar los 120 dólares de ayuda suplementaria que recibe del Estado, tal vez para gastarlos en medicinas adicionales que necesita y el fondo de sanidad pública no los provee.

“El viaje en bus es gratis porque tengo más de 65 años, así que esa parte está cubierta. Por otra parte, yo tendría que recibir 930 dólares al mes pero descuentan 106 para costear el seguro de salud Medicare. Por eso recibo 824 dólares”, detalló.

De esos 824 dólares, Luisa tiene que emplear 650 para pagar la renta del pequeño apartamento donde vive. Hace dos años solicitó ayuda para ocupar una vivienda pública pero aún “no me han avisado”.

Cada plato de comida que Luisa consume en el Gesu, “muy bien balanceado, con granos, carne y postre, todo muy saludable, tiene un coste de 3.85 dólares, la Iglesia asume el gasto de 2.85 y el comensal contribuye con un dólar”, confirmó el padre Álvarez.

Atención

Además de alimentos, la Iglesia de Gesu provee un lugar adonde las personas necesitadas de la tercera edad pueden ir a conversar e inclusive estudiar.

“Tenemos un aula en la que impartimos clases gratis de inglés y ciudadanía martes y jueves, así como clases de computación lunes, miércoles y viernes”, indicó el párroco, quien se vale de la ayuda de dos profesores y las dos monjas que atienden el salón.

“Nuestra misión es asistir a las personas mayores que necesitan atención. Aquí conversan, comparten sus horas. Unos ayudan a limpiar y otros asisten a las clases de inglés ciudadanía o computación”, detalló la hermana Juliana, quien junto a la madre Cecilia atienden el desayuno, el almuerzo, las clases y la limpieza, además de visitar los enfermos en la tarde y atender las clases de catecismo los sábados, a las 10 a.m.

Y subrayó: “Muchas de estas personas de la tercera edad sólo tienen este lugar en sus vidas y vienen a pasar un buen rato. Nos gustaría hacer mucho más por ellos y hacemos todo lo que podemos”.

En el aula de clases hay 15 nuevas computadoras, obra de una generosa contribución, que sirven para enseñar los vericuetos de la tecnología digital, tan necesarios en la era moderna de la comunicación y la información.

“Aquí las personas mayores aprenden a maniobrar las computadoras, escribir en ellas y consultar los archivos en internet, así como comunicarse con amigos y seres queridos”, señaló el instructor Alberto, quien atento saludó a cada uno de los alumnos al llegar.

“Quiero aprender el manejo del computador para conocer las funciones elementales al menos: escribir, comunicación y búsqueda de información. Viene muy bien porque a esta edad hay que ejercitar las neuronas”, señaló María Uribe, 70 años.

Perspectivas

La meta del padre Álvarez es continuar la obra social de la asistencia pública. Sumar ayudas e incluir a más personas. Pero ello requiere ayuda, el aporte de los feligreses y miamenses en general.

“Mi gran preocupación es que la mayoría de los feligreses que asisten a misa son de la tercera edad. Vienen pocos jóvenes. Y me pregunto, qué pasará cuando estas personas mayores ya no estén”, reflexionó el párroco.

Nadie tiene una respuesta precisa para la pregunta del padre Álvarez, ni tan siquiera los más optimistas.

“Vivimos en medio de una sociedad muy competitiva y creo que la fuerza de la educación católica ha mermado. Falta el conocimiento profundo”, la convicción, y esta situación conlleva “al alejamiento que tanto daño hace”, meditó.

Historia

“Corría el año 1896 y Miami, que era entonces un pequeño pueblo, necesitaba una iglesia”, rememoró el padre Álvarez.

Henry Flagler, el memorable industrial que trajo a Miami y Key West el tren y el progreso que ellos supuso, donó el terreno donde se construyó una iglesia de madera, estilo victoriano del sur, a un coste de 3.534 dólares, con el nombre The Holy Name of Jesus, o el Sagrado Nombre de Jesús, en español.

Entonces, la pequeña iglesia de madera asistió a los soldados del Ejército estadounidense que participaron en la Guerra hispano cubana estadounidense en 1898, cuando fueron albergados a pocas cuadras del templo, donde eran atendidos durante el período de cuarentena por la temida enfermedad de la fiebre amarilla, que entonces era poco conocida.

Más tarde, unos 20 años después, la población de Miami creció y con ella la necesidad de contar con un templo mayor. Fue así que surgió el plan de construir una nueva iglesia, que esta vez tuvo a Gesu por nombre, que significa Jesús, en italiano, y 400.000 dólares por coste.

“El nombre proviene de la Iglesia de Gesù, en Roma”, concebida por San Ignacio de Loyola en 1551, el fundador de la orden religiosa Compañía de Jesús, comúnmente conocidos como jesuitas.

Y el salón de actos, que está situado en el sótano de la iglesia y hoy asiste a personas necesitadas de la tercera edad, fue testigo de los bailes y fiestas que la Parroquia ofreció a los soldados que fueron trasladados a Miami tras pelear en la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, convertido en centro de peregrinación para cristianos y católicos de múltiples nacionalidades, la Iglesia de Gesu continúa abriendo sus puertas a todos como el primer día, hace más de 100 años.

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